El Adelanto de Salamanca recoge la crónica de una excursión de varios muchachos salmantinos a Béjar para esquiar en 1932 | El redactor anima a los jóvenes a disfrutar de la nieve bejarana como plan dominguero
La tradición de esquiar en la sierra se remonta a muchos años atrás, ya en los primeros años de la década de 1930 la Sociedad Española de Alpinismo sección Béjar-Candelario, filial de Peñalara, inició su andadura con el objetivo de construir un refugio alpino y facilitar así el disfrute de este deporte. Pero, incluso, antes de esto ya muchos bejaranos se iniciaban en este novedoso deporte aprovechando las veredas abiertas por los batallones de Ciudad Rodrigo y Plasencia, que también habían construido un primer refugio en la Sierra.
Esta afición, la vida al aire libre, “no es perjudicial aunque se lo parezca a los señoritos de café y tertulia dominguera. Ni es preciso confesarse antes para subir al Calvitero, como que tampoco debe ser cosa de esnobismo la afición para escalar cumbres, sino deber de juventud preparada para todo”, decía el redactor del extinto periódico El Adelanto de Salamanca, R. Aguirre Ibáñez, en un artículo que firmaba en enero de 1932.
Imagen publicada en El Adelanto de los salmantinos que acuden a esquiar a Béjar. |
El redactor iniciaba con este alegato la crónica de lo que hace casi 90 años era una jornada de esquí en nuestra sierra y que no superaba “los tres duros de gasto”. Para Aguirre Ibáñez “por tan poca cosa han pasado el domingo en la sierra. Traen oxígeno y buen humor para toda la semana y les sobra algo para regalar a los amigos”.
Simpática imagen de uno de los ‘esquiadores’ tras una caída. |
Estos muchachos que pasaban el domingo en la sierra partían a las siete de Salamanca “en un automóvil particular y torciendo desde Vallejera por Navacarros hasta la Hoya, hora y media después pueden comenzar el ascenso”, describía el cronista. Una vez apeados del coche, los jóvenes se disponen a emprender la marcha riscos arriba, “un guía les acompaña para conducir la impedimenta: las meriendas, los skís, poca cosa”. Cerca del refugio, construido por la Sociedad de Alpinismo, “se detienen para patinar y como buenamente Dios le da a entender a deslizarse por la nieve. Las más de las veces miden el suelo aparatosamente sin deterioros visibles en su integridad física”. Llega luego la hora del almuerzo y después los aventureros se lanzan a conquistar el Calvitero tras una marcha de una hora. Toca ya regresar a las “cuatro y media, para llegar a las 8 a Salamanca”.
Publicidad de venta de equipamiento de esquí en la prensa de ese momento. |
Aguirre finaliza su texto preguntándose «¿si no hay veinte muchachos en Salamanca que se unan a la expedición?, así se reducirían a la mitad los costes y en lugar de utilizar un vehículo particular, podrían desplazarse en un autobús». “Lo de menos es el atuendo, el aire de exploradores árticos que han adoptado. Lo demás es lo otro, vivir unas horas a la intemperie echando el pecho afuera, vigorizando el cuerpo y el ánima”, finalizaba el redactor su crónica, sin imaginarse él que 70 años después en esas montañas se construiría una estación de esquí.