En absoluta oscuridad y en silencio, el Nazareno de las Monjas recorría con su cruz las calles del centro de la ciudad de este Miércoles Santo, que volvió a reunir a decenas de personas a lo largo de su recorrido de la procesión de El Silencio.
El Nazareno, precedido en la procesión por El Amarrao, enfilaba la Plaza Mayor, donde la Seráfica Hermandad aguardaba su paso por la iglesia del Salvador, junto a la Verónica, para entregarle un ramo de flores, mientras Daniel de la Cruz tocaba su violín en su honor, al igual que hizo a la salida de la talla de Santa María la Mayor.
Continuaba por Las Armas para en la plaza de la Piedad, junto a su morada, el convento de las monjas dominicas- sede del Casino de los Señores muchos años después, realizar una estación de penitencia. Un simbólico altar en el convento de las monjas fue testigo del paso del Nazareno, que tras la desamortización pasó a la iglesia de Santa María. En esta plaza, Rufi volvió a interpretar una saeta, como ya hiciera ayer ante La Soledad,
Desde allí, el Nazareno emprendió un recorrido similar al que, según narra la historiadora local, Carmen Cascón, ya hiciera en 1680 cuando el tío del Buen Duque, Ruy Gómez de la Silva, mandó llevar esta talla, considerada muy milagrosa, a los pies de su lecho, en el Palacio Ducal, para que fuera testigo de último suspiro.
En penumbra, y con el sonido solo rasgado por los tambores, el Nazareno, con gran devoción entre los bejaranos, paseaba su saya púrpura por las calles, con su rostro sereno y tranquilo, iluminado por las candelas, y el aroma suave de las flores moradas y rojas que adornaban sus andas, con el presentimiento de que su final está cerca y le aguardaba el madero. Sus fieles le arropaban en el camino al calvario y se persignaban a su paso, con la esperanza de que otro más el Nazareno de Béjar vuelva a abrir las puertas de Santa María la Mayor para encontrarse con su ciudad. Mientras tanto, la dimensión humana de Cristo vivirá en los corazones de los bejaranos.